El autocuidado de los profesionales que trabajan en programas de protección infantil

A través de este artículo trataremos de mostrar que la eficacia de los Programas de atención Infantil depende en gran parte del compromiso de los profesionales, el cual de algún modo está sujeto a la capacidad de las instituciones de desarrollar programas habilitados para ofrecer los cuidados necesarios, a fin de proteger a estos del "síndrome de tensión y agotamiento profesional" o "Burn Out and stress Síndrome" (Barjau C. 1991).

La noción de auto cuidado debe ser considerada en dos niveles: el primero, anteriormente enunciado, se refiere a la necesidad de que las instituciones protejan los recursos profesionales; el segundo, a la capacidad de los/as profesionales de autocuidarse. A diferencia de los/as niños/as, los/as profesionales en tanto adultos tenemos la capacidad de desarrollar estrategias de comportamientos destinados a proteger nuestra integridad personal, familiar y social, es decir, tenemos la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, necesitando también la ayuda de los otros para mantener nuestro compromiso, creatividad y sobre todo, la competencia para ayudar y proteger profesional mente a los/as niños/as. 

La noción de auto cuidado comprendida en esta dimensión corresponde al concepto de "justicia relacional " que Boszormengy -Nagy (1980), aplico a los procesos familiares. Con esta idea este autor se refiere al hecho que en una familia , cada miembro aporta de acuerdo a sus posibilidades y habilidades cuidados y protección a los otros miembros , para recibir a cambio cuidado y protección de estos. Todo esto en una perspectiva transgeneracional.

 

Esta constataron puede extendersea otros dominios de la grupal humana en donde cada sujeto aporta a su grupo, esperando recibir de los miembros de este los cuidados equivalentes. 

Así como en una familia, los miembros de un equipo profesional pueden también aportarse cuidados y protección. Si este es suficientemente sano el balance entre dar y recibir sera justo y cada miembro del equipo podrá sentirse suficientemente reconocido y respetado sintiendose así perteneciente a un sistema cuya finalidad primera es el bienestar de sus miembros.

Nuestras experiencias nos permiten afirmar que el recurso fundamental para el éxito de cualquier Programa de protección Infantil es la persona del profesional. Con esto estamos afirmando que sin el compromiso personal de éste, sería imposible desarrollar cualquier programa destinado a mejorar las condiciones de vida de los/as niños/as.

La noción de compromiso personal debe siembre contextualizarse, puesto que no es lo mismo si esta es enunciada por aquellos que establecen las políticas públicas de protección infantil, o por quienes administran los recursos del Estado para desarrollar dichas políticas, o por los mismos profesionales. No hay nunca que olvidar que "lo que es dicho es dicho por alguien "(Maturana H. Varela F. 1984) . A este aforismo hay que agregarle que el sentido de lo dicho depende también de la posición de poder de quien lo dice. 

En este texto nos referiremos a la noción de compromiso profesional elaborada a partir de la vivencia y la experiencia de los trabajadores de terreno, es decir, por aquellos que trabajan en contacto directo con los/as niños/as en situación de desprotección familiar y social. 

En lo que a mí respecta, muchos años de trabajo apoyando equipos profesionales a mantener dicho compromiso ya sea en Bélgica como responsable de un equipo S.O.S. Enfants - Famille dedicado al tratamiento y la prevención de Maltrato Infantil, o como supervisor y formador de equipos clínicos de protección infantil en Francia, España, Bélgica y América Latina sirven de base a mi profunda convicción .de que para mejorar las condiciones de vida de los/as niños/as y asegurar su protección en situaciones de maltrato, el compromiso profesional es fundamental.

Este compromiso debe ser comprendido como una implicación emocional en el sentido de la "emocionalidad del amor" (Maturana H. 1990), lo cual quiere decir que la fuente de este compromiso es la vivencia ética y política del profesional. Ética en el sentido de Maturana, es decir, compromiso responsable con el desarrollo del otro aceptado incondicionalmente como un otro semejante en la convivencia; político, en el sentido del compromiso con este otro sobre todo si este se encuentra sometido y abusado en una relación de poder asimetría y opresiva , ya sea en su familia y/o en su sistema social. 

Por lo tanto la fuente de este compromiso profesinal es la emoción que nos provoca el niño que sufre, que no es respetado en sus derechos, ya sea por sufrimientos o carencias producidas en su medio familiar y/o como consecuencias de injusticias y/o violencias a nivel de su tejido social. El compromiso profesional, considerado como una experiencia ético política, nace también de la conciencia que el maltrato infantil es el resultado del abuso de poder de los adultos que malversan sus capacidades y sus poderes para aportar cuidados y protección a sus ninos abusandoles para satisfacer sus necesidades y/o resolver sus conflictos con otros adultos.

Todas estas consideraciones nos llevan a afirmar que cualquier programa que se declare coherente y adecuado en relación a la protección infantil, debe tener en su interior un dispositivo para despertar, promover , mantener y proteger la implicación emocional, ética y política de los/as profesionales. Esto como el mejor antídoto "al síndrome del Queme profesional".

Desgraciadamente una constatación casi general en el mundo de las instituciones que se ocupan de la infancia, es la escases de recursos y existencia de malas condiciones de trabajo para los/as profesionales que trabajan en ellas. 

Esto explica la vivencia de extrema vulnerabilidad que los/as profesionales del área pueden resentir. Esta vivencia no debe ser solo explicada de una manera reductora por el contenido de nuestra mision ,ella es el resultado sobre todo de la constatación que los recursos con que se disponen para afrontar el sufrimiento infantil son siempre injustamente deficientes y que además las demandas que recibimos son a menudo paradojales y requieren respuestas mayores que los recursos con que se dispone.

El sufrimiento de los profesinales de la infancia así como la rotación permanente de estos en los programas, demuestra que todavía no está internalizada en los admininistradores y responsables políticos la idea que hay que cuidar al profesional porque el o ella son el instrumento fundamental de los programas de protección infantil. 

A menudo, las administraciones institucionales no están suficientemente conscientes que el "queme de un profesional o de un equipo", implica una pérdida inaceptable de recursos humanos, no solamente como un derroche de recursos financieros - por el alto costo que implica un profesional formado y con experiencia-, sino sobre todo por la pérdida de fuentes afectivas y sociales reparadoras para ninos necesitados no solamente de cuidados y de protección sino que sobre todo de una continuidad de vínculos afectivos.

En este sentido, todo programa o institución incapaz de proteger a sus profesionales, ejerce una doble violencia: a las personas de los/as profesionales y por ende, a los/as niños/as que dice proteger.

En resumen, se debe hacer todo lo posible para que los Programas de protección Infantil incorporen "metaprogramas" para la protección de sus profesionales, que por su contenido , los ayude a protegerse entre otros de las múltiples paradojas que su desempeño les depara. 

Lo que caracteriza el accionar en protección infantil en situaciones de maltrato, es que el profesional se encuentra en medio de una lluvia de dobles mensajes, muchas veces sin la posibilidad de estar conscientes de los contenidos contradictorios de estos, por ejemplo, el sistema social le pide brindar ayuda a la familia que maltrata y al mismo tiempo, ejercer control social sobre ella; le pide ser eficaz y competente a nivel de su mandato y a su vez, rentabilizar el tiempo por el cual ha sido contratado; otra paradoja, el sistema le solicita proteger al niño de su familia, pero al mismo tiempo, hacer todo lo necesario para que éste quede con ella, o bien, ayudar a los padres y a la vez, denunciarlos al sistema judicial para que sean penalizados. Es evidente que ya solo por el contenido paradojal de estas situaciones justifican la necesidad de encontrar fórmulas de auto cuidado o auto protección profesional.

 

Programas de autocuidado de profesionales

Los programas de auto cuidado profesional que he tenido la suerte de acompañar, han estado en la mayoría de los casos co-construidos a partir de una toma de conciencia de las necesidades de cuidado por parte de los/as profesionales, seguida de una petición a sus instituciones para obtener los recursos necesarios para desarrollar estos programas. Si bien es cierto, que aún queda mucho por hacer la situación comienza a cambiar de una manera positiva en estos últimos tiempos, y numerosas son las instituciones que han sido sensibilizadas a fin de impulsar políticas en esta línea.

El modelo presentado en este trabajo surgen de los programas desarrollados en: 

1) El COPRES ( Colectivo de prevención del Sufrimiento Infantil) que desarrolla desde hace once años un trabajo de red en prevención y tratamiento del maltrato infantil, en un barrio desfavorecido de la ciudad de Bruselas (Barudy y col. 1993); 

2) Del programa desarrollado en la diputación de Gypuscoa en el país vasco español, a partir de la iniciativa de los trabajadores de la infancia de esta región (Lezana J.M. 1995);

3) Del programa desarrollado a partir de la coordinación de diferentes instituciones y profesionales de la infancia organizados en una coordinación social en Waremme comuna rural en Bélgica.

 

 

MODELO ORGANIZATIVO DE UN PROGRAMA DE AUTO-CUIDADO DE PROFESIONALES

Estos programas de auto cuidado se basan en dos ideas fundamentales: primero, considerar que la protección y el cuidado de los/as niños/as no es nunca un regalo, ni el resultado de la buena o mala suerte, sino el producto del esfuerzo no solamente de los padres y de la familia, sino de toda una sociedad. En cualquier lugar del mundo el carácter sano de una sociedad se basa en el bienestar de los/as niños/as y en la capacidad que está tenga de asegurar la protección de los más desválidos, en este sentido, es importante insistir que la tarea de protección infantil es tarea de toda una comunidad, puesto que la sobrevivencia de la especie depende de la capacidad que tenga el mundo adulto de lograr desarrollar, sanar y proteger a sus niños. 

En esta tarea colectiva, los/as profesionales debemos desarrollar un rol fundamental, no sólo por ser parte de la comunidad, sino porque hemos decidido o hemos sido designados para cumplir una misión específica en lo que se refiere al bienestar y protección infantil. Nuestra misión corresponde, en parte, a aquellas tareas que en el mundo animal son descritas por los etólogos como tareas altruistas, es decir, la designación o especificación de un grupo al interior de la manada, cuya identidad se define a partir de tareas de contenido altruista, destinadas a asegurar la vida del conjunto, especialmente la de los más pequeños. El mundo animal "comprendió" antes que los seres humanos, que hacer todo lo necesario para proteger a sus crías es indispensable para evitar la extinción de la especie; en este sentido, la función profesionalizante de una parte de la manada puede ser considerada como una "función altruista egoísta". Numerosos son los ejemplos donde parte del mundo animal ilustra esta capacidad profesional de distinguirse por tener como tarea permanente el desarrollo de estrategias de protección del grupo, sobre todo de las crías. Los etólogos nos enseñan, por ejemplo, que en animales como los antílopes, un grupo de miembros adultos de la manada permanece frente a la presencia de predadores en la cima de una colina para permitir, en especial a las crías, que se alejen del lugar, una vez que esto se produce el grupo baja de la cima sumándose a la manada, asegurando así la supervivencia del conjunto (Maturana H. Varela F. 1984).

Segundo, considerar que la eficacia y la competencia profesional depende de la capacidad de los/as profesionales de organizarse en redes. Llamaremos redes profesionales a aquellos conglomerados de personas vinculadas con el compromiso emocional, ético y político que, organizados en torno a la tarea de protección infantil, son capaces de permanecer en el tiempo asegurando dicha misión.

Consideramos las redes profesionales desde una perspectiva interdisciplinaria e interprofesional, desde la unidad más simple, a saber, -el profesional- pasando el equipo interdisciplinario de una institución, para considerar los sistema más amplios y complejos, es decir, la red interinstitucional o intersectorial. En estas últimas los/as profesionales de diferentes ámbitos se organizan en forma colectiva a fin de mejorar las condiciones de vida de los/as niños/as en situación de desprotección y maltrato. 

El desarrollo de redes profesionales sanas debe ser considerado también como instrumento básico para evitar el síndrome de la fatiga profesional. La creación de redes profesionales implica el recuperar la animalidad del ser humano, es decir, la capacidad de trabajar colectivamente para proteger junto con los recursos de la familia y la comunidad, lo más importante en términos de propagación de la especie: la infancia. El concepto de animalidad se refiere a una serie de características propias de los seres vivos, lo cual les permite hacer frente a los desafíos adaptativos en su proceso histórico. A este respecto, describiremos tres características, que a nuestra manera de pensar constituyen los componentes más importantes de esta condición: la coherencia interna, la plasticidad estructural y la capacidad de asociación (elementos indispensables en toda formación de redes):

1. La coherencia interna: la primera característica que mantiene la capacidad de vida de los seres vivos es la necesidad de mantener una coherencia, es decir, la vida nos obliga a ser coherentes para enfrentar los desafíos adaptativos. Por lo tanto, todo organismo que sea incapaz de mantener coherencia corre el riesgo de desaparecer.

2. La plasticidad estructural: es una condición biológica de la naturaleza animal y humana que permite cierta adaptabilidad en relación a los desafíos del medio ambiente. Esta característica está íntimamente ligada a la noción de creatividad, es decir, al potencial que posee todo organismo humano de encontrar la respuesta adecuada a cada nuevo desafío que se presenta en su diario vivir. Mientras mayor sea la plasticidad estructural de un individuo en un grupo, éste tendrá más posibilidades de responder en forma adecuada a los desafíos adaptativos, realizando así tareas que permitan mantener su vida y la de las personas con las cuales está ligado. Esta plasticidad estructural se expresa ya sea por una capacidad creativa de camuflaje frente a determinados desafíos (camuflaje frente al poder, frente al peligro, o justamente para aliarse con determinados sectores al interior del sistema social, con el fin de desarrollar políticas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los más débiles), ser activos en determinados momentos, o al contrario, adoptar posiciones de inmovilidad o de parálisis para mantener lo construido, y de esta manera esperar nuevos momentos para desarrollar acciones destinadas a obtener la finalidad. Es así como esta característica permite no solamente la autoprotección de la persona del profesional y del sistema profesional, sino también contribuye a la aceptación de los límites estructurales de cada uno, lo que en adagio popular podía traducirse como: 'no pedirle peras al olmo'. Mientras mayor plasticidad posea un individuo o un sistema, más posibilidades tendrá de desarrollar recursos y estrategias para realizar sus tareas, principalmente la de proteger a los/as niños/as.

3. Capacidad de asociación: en tanto que animales sociales, los seres humanos, y por ende los/as profesionales, tienen una capacidad fundamental para establecer vínculos sociales con miembros de su espacio, de tal manera de poder realizar en conjunto las actividades necesarias para asegurar el bien común. Gracias a esta facultad, el ser humano no solamente es capaz de crear comportamientos asociativos, que organizados en forma de rituales, permiten mantener esta asociación en forma permanente, sino que al mismo tiempo logra producir palabras y discursos destinados a crear un sentido de pertenencia y cohesión, y así generar un sentimiento de equipo, permitiendo mantener al grupo organizado a largo plazo alrededor de una tarea. El desafío de crear colectivos o asociaciones de profesionales impone la necesidad de manejar las diferencias, es decir, lo esencial es que estas asociaciones sean el resultado de la heterogeneidad y no de la homogeneidad, puesto que la riqueza estructural está dada por la confluencia de personas e instituciones diferentes. Por lo tanto, será fundamental asegurar la coordinación y gestión de las tareas de cada uno a partir de sus competencias específicas y singulares, para en conjunto participar en el proceso de brindar bienestar a los/as niños/as. En síntesis, se trata de crear dinámicas participativas en que se evite a todo precio la idea de que cada uno hace lo suyo, por la idea de un trabajo colectivo a partir de las diferencias. Para que esto sea posible es necesario: facilitar dinámicas grupales que permitan la harmonización de estas diferencias, desarrollar espacios de intercambio que, cumpliendo la función de ritos, permitan el desarrollo del sentido de pertenencia y cohesión de un colectivo en forma permanente, y lograr co-construir al interior de una red un modelo compartido de intervención.

En lo que se refiere al desarrollo de las dinámicas grupales de autocuidado, a fin de armonizar las diferencias, se debe primero, crear formas de organización basadas en la solidaridad emocional de los participantes de una red; y segundo, utilizar la agresividad individual y colectiva para crear actividades o acciones destinadas a la autoprotección de los/as profesionales, y por ende, la de los/as niños/as. Además, a través de estas dinámicas gratificantes y nutritivas, se promueve el reconocimiento de cada uno de los participantes, el respeto de la autonomía y creatividad individual, elemento básico que nutre un proceso colectivo, por lo tanto, se trata de defender la idea de la libertad responsable y asociativa de cada uno de los que participan al interior de estas redes. De este modo, se podrá lograr una coordinación que permita mantener la coherencia interna y por lo tanto, la necesidad de desarrollar estructuras sinópticas responsables de mantener la interacción de las diferentes partes así como del conjunto con otras instancias o ámbitos.

Para que lo anterior sea posible, es necesario desarrollar espacios de intercambio, los cuales llamaremos espacios ritualizados, cuya finalidad es mantener la coherencia de los diferentes participantes de una red, su plasticidad estructural y su capacidad asociativa. La ritualización de la palabra, que al mismo tiempo permite el trabajo y el manejo de las emociones producidas por el encuentro con el otro, es lo que nosotros conocemos como conversación. Esta conversación constituye un campo sensorial colectivo que se estructura como un ritual que permite la vinculación de todas las personas, así como de los fenómenos psicológicos creados por la dinámica grupal (manejo de la agresividad, mecanismos proyectivos, necesidades individuales, reconocimiento personal, etc.). Es a través de la conversación que nuestros psiquismos se reencuentran, tejiendo afectividad que va a permitir el vínculo de cada uno de los participantes al interior de un sistema y/o red, cumpliendo a la vez el rol de ser fuente reguladora que promueve la emergencia de la creatividad individual y colectiva, evitando a todo precio la transformación o la emergencia de lo que hemos llamado la violencia profesional. Es a través de estos espacios ritualizados donde la palabra hecha conversación es el instrumento fundamental que hace posible el intercambio hasta el infinito de las afectividades, permitiendo la vinculación permanente del grupo; el hecho de contarse historias personales y profesionales a través de las cuales se precisan las entidades de cada uno, reafirma el sentido de pertenencia. Estos espacios ritualizados corresponden a tres situaciones: 

a) Espacio de conversación libre, donde los/as profesionales del equipo se ponen de acuerdo en hablar e intercambiar ideas en relación a las experiencias vividas, en determinados momentos dentro del transcurso de la jornada semanal, por ejemplo, en una institución un equipo puede ponerse de acuerdo en designar la hora de almuerzo durante tres días a la semana como el lugar y espacio de conversación; 

b) Espacio de intervisión, espacios formalizados como reuniones de equipo en que, a través de un coordinador, se promueve el intercambio de experiencias en relación a situaciones clínicas que permiten el enriquecimiento colectivo del aporte que cada uno puede dar al conjunto, y 

c) Espacio de supervisión que corresponde a momentos de grupo en el cual se contrata un supervisor externo, que debe cumplir como requisito ser una persona que tenga el respeto del conjunto por su competencia en el tema específico del maltrato y la protección infantil, y al mismo tiempo, que tenga experiencia en dinámicas de supervisión. Esto implica que sea capaz de facilitar y hacer emerger las capacidades individuales y de grupo, utilizando la creatividad y sus recursos para mejorar el funcionamiento grupal dando respuestas a las situaciones clínicas presentadas. En este sentido, los equipos, conscientes de la necesidad de autocuidado, deben protegerse de aquellos supervisores extremadamente academicistas y sin experiencia de trabajo en terreno, que intentan imponer su poder o su paradigma preferido a un equipo en forma vertical y autoritaria.

Como tercer elemento que promueve las dinámicas grupales, la co-construcción de modelos compartidos de intervención, hace referencia a la capacidad del equipo de lograr concensos cognitivos respecto a un modelo explicativo del problema del maltrato infantil, así como modelos de intervención que sean coherentes con esta lectura consensual. El poder llegar a un acuerdo sobre un modelo de intervención o lograr realizar dinámicas concertadas en relación a esto, garantiza que cada miembro de una red y/o de un equipo profesional tenga claro, cuál es su tarea y misión cuando la situación de maltrato se presenta; en este sentido, en otros artículos relacionados al tema, hemos propuesto un modelo de intervención en situaciones de maltrato al interior de la familia, abarcando desde el manejo del señalamiento hasta el tratamiento terapéutico de los miembros implicados en la producción de éste, así como de los sistemas en el cual esto se produce.

A modo de conclusión, a través de este artículo hemos querido compartir los fundamentos principales de lo que ha sido nuestra reflexión en relación a los/as profesionales que trabajan en Programas de Autocuidado Profesional, dando algunas pautas para la organización de estos en equipo de profesionales como en redes de equipo. La necesidad de autoprotección parte de la búsqueda de una mayor competencia y mejor utilización de los recursos, pero al mismo tiempo y sobre todo, de una reflexión ética en el sentido de que no se puede combatir ni prevenir la violencia sobre los/as niños/as sin desarrollar prácticas institucionales de equipos no violentos.

 

Jorge Barudy Labrín. Neuropsiquiatra y terapeuta familiar. Director y Fundador de la Asociación EXIL.