Entrevista al Dr. Barudy en el periódico DEIA

Jorge Barudy: “Sienten la injusticia y la falta de solidaridad de quien les debería ayudar”

Se juegan la vida en el mar, deambulan de país en país y no encuentran cobijo. Barudy teme que esta traumática experiencia determine la vida futura de los niños refugiados.

Una entrevista de Arantza Rodríguez que pueden leer seguidamente:

-Experto internacional en resiliencia, esa capacidad que tiene el ser humano para ponerse en pie y caminar tras haber sufrido un trauma, el psiquiatra chileno Jorge Barudy se muestra “pesimista” sobre la recuperación de los niños refugiados, además de “profundamente avergonzado” por la falta de solidaridad de los gobiernos europeos.

Las imágenes de niños rescatados del mar Egeo reflejan su sufrimiento. ¿Son conscientes del peligro que corren? ¿Cómo viven esas travesías huyendo de la guerra?

-Llevamos 30 años trabajando con afectados por diferentes formas de violencia organizada, entre ellas, la guerra, y los niños en estas situaciones creen que eso es una posibilidad de salvar la vida. Si tienen que hacer eso, generalmente acompañados por sus padres o madres, es porque viven una situación desesperada. Para ellos es una esperanza de cambio, aunque rápidamente se dan cuenta de que no lo es tanto. Lo que es impresionante es que, como los niños y niñas son dependientes de los adultos, les cuesta bastante integrar que son afectados por una situación creada por los mismos adultos.

No comprenden cómo quien les debe proteger les pone en peligro...

-Eso es lo más impactante. Como consecuencia de esto, muchas veces se autoatribuyen la culpa de lo que está pasando porque, a menos que sean más mayores o se lo hayan explicado los padres, no tienen los elementos cognitivos para entender cómo es posible que los adultos, que tienen como tarea promover la vida de la infancia, sean capaces de provocar tanto desastre e incluso de no darles muchas veces posibilidades de escapar de esas situaciones.

¿Qué secuelas puede dejar en los niños tener que ir deambulando con lo puesto de país en país?

-Un profundo sentimiento de desconfianza en la fuente de seguridad, en este caso, los adultos, porque en realidad los niños no solamente lo viven con sufrimiento e impotencia a nivel personal, sino que se dan rápidamente cuenta de la injusticia y la falta de solidaridad de las personas que les tendrían que ayudar. Afortunadamente siempre hay personas buenas, que son las que en este momento voluntariamente intentan apoyar a estos niños. Pero yo creo que lo que está pasando ahora con los niños, con los refugiados especialmente, es una situación de vergüenza y de mal ejemplo para los niños en general y para los que son víctimas directas. No sé cómo los gobernantes europeos pueden dormir con esa imagen y con la vergüenza de no hacer lo posible para que miles de niños dejen de deambular con lo puesto de país en país.

¿Podrán en un futuro llegar a hacer una vida normal o esta experiencia les marcará de por vida?

-Que puedan tener una vida normal depende de muchos factores. Uno es lo que han vivido antes de la catástrofe. Si han tenido vidas marcadas por el cariño, el amor y el buen trato, tendrán más recursos para resistir y posteriormente desarrollar la resiliencia. Depende también del impacto de las situaciones, del contenido del horror. Estos niños y niñas han sido testigos de cosas horrorosas, desde la violación de sus madres hasta la muerte de sus seres queridos. También depende mucho de la respuesta después. Y en ese sentido, en la situación actual, en la que estos niños deambulan y un porcentaje importante todavía no ha llegado a ningún lugar seguro, estoy un poco pesimista, aunque soy uno de los especialistas de resiliencia a nivel internacional, respecto a que puedan desarrollar este fenómeno y hacer que esta experiencia no les determine la vida futura.

¿Por la falta de acogida?

-Por la falta de acogida y la falta de seguridad. A la manada de gente buena, que somos los que tenemos menos poder, la respuesta de los países europeos, de los gobiernos fundamentalmente, nos tiene profundamente avergonzados.

En la película ‘La vida es bella’, de Roberto Benigni, un padre inventa un juego para que su hijo sufra lo menos posible en un campo de concentración. Sin llegar a esos extremos, ¿es bueno ‘edulcorar’ la realidad o hay que contarles a los niños la verdad por cruda que sea?

-Las investigaciones sobre resiliencia muestran que lo que ayuda a los niños es no disfrazar la realidad. La vida es bella es una hermosa metáfora sobre los intentos desesperados de un padre por disminuir el impacto del horror, pero es una película. En la vida real hay que ayudar a los niños contándoles la realidad y, sobre todo, concienciándolos de que ellos son las víctimas, no los culpables. Que los culpables son los que tienen el poder a nivel mundial, los que crean y participan en la guerra y los que, teniendo la posibilidad de acogerlos y ofrecerles lugares seguros, no lo hacen. Eso es lo que les puede ayudar a hacerse resilientes, es decir, no tener que cargar con explicaciones falsas y menos con explicaciones que les hacen creer que son sus padres o ellos mismos los responsables de la tragedia.

Miles de niños viven inmersos en guerras. A veces llegan imágenes en las que se ve a alguno jugando entre los escombros. ¿Es posible que se abstraigan o se sienten permanentemente amenazados?

-Esas son fotos tópicas, ilustraciones de situaciones bastante singulares que no se pueden generalizar. La mayor parte de los niños en una guerra están viviendo alguna amenaza vital y lo que sienten es miedo. Todas las personas que hemos trabajado en contextos de guerra sabemos que los niños y las niñas presentan un síndrome de estrés traumático, que se manifiesta por inseguridad permanente, miedo, pesadillas, regresiones, se vuelven a hacer pipí, etc. Esto de que de repente nos hagan aparecer niños jugando en medio de las ruinas son excepciones y hablan de que hay momentos en que, como seres humanos, encuentran mecanismos y formas de distanciarse un poco de lo que les atormenta.

¿Sufrir estas situaciones traumáticas genera en los menores un sentimiento de odio o solo si los padres se lo inculcan?

-El odio es una experiencia social, se crea en el interior de un grupo de pertenencia. Los niños o las niñas de por sí lo que pueden tener son sentimientos transformados en emociones, como la rabia o la injusticia, el miedo profundo -que no es miedo, es terror-, la tristeza por la pérdida de sus seres queridos... Los climas de odio los crea el mundo adulto y contamina ese odio a los niños y las niñas.

¿Son los abuelos de hoy día la prueba de que se puede vivir un conflicto, como la Guerra Civil española, y salir adelante? ¿Son, en definitiva, un ejemplo de resiliencia?

-En el caso de la Guerra Civil el tema del sufrimiento de los perdedores y perdedoras, sobre todo cuando fueron niños, nunca se ha abierto realmente. Se mantiene bajo una especie de ley del silencio. Uno conoce experiencias de personas que han podido salir adelante, pero como hace 15 años que trabajo en España y también lo he hecho en el País Vasco, sé que muchas veces un espacio de conversación, donde las personas puedan expresarse libremente, hace emerger todas esas emociones traumáticas que siguen estando muy activas porque verdaderamente no ha existido una justicia reparadora. El hecho de que los abuelos, que fueron víctimas de la guerra y la represión, hayan hecho lo posible para reconstruir proyectos vitales, criar a sus hijos y no difundir el odio a sus nietos es excepcional. Se puede hablar de resiliencia, pero no hay que desresponsabilizar a los que, pudiendo, todavía no han hecho nada para reparar esa situación.

El Estado Islámico adiestra a los niños para cometer atrocidades. ¿Es más duro sufrir la violencia o tener que empuñar el arma?

-Desde el punto de vista de la terapia reparadora, de ayudar a un niño a superar experiencias traumáticas, es evidente que los que han sido víctimas son más sensibles a esta reparación porque han sido afectados. En cambio, los otros han sufrido un proceso de resocialización secundaria. La terapia reparadora tiene que tener un pilar educativo fundamental para lograr que los niños soldado o estos adolescentes que participan en estos temas horrorosos modifiquen sus creencias, que han sido inducidas y sostenidas a través de procesos bastante sofisticados.